miércoles, 25 de enero de 2012

Huellas en Mérida (4)


En este lienzo mi madre pintó a una de sus amigas de antaño. Lo malo es que las dos fotos que hicimos en Mérida del cuadro han salido borrosas. El cuadro tiene mucha fuerza y la imagen, como es habitual, no le hace justicia. Me gustó mucho descubrirlo allí, en casa de mis tíos, pues no sabía o no recordaba su paradero.

sábado, 21 de enero de 2012

Homenaje a Antonio Pedrero, por Mónica Barrueco



Hablar de Antonio Pedrero resulta complicado para alguien como yo, ya que no recuerdo mi vida sin él, porque de alguna manera pertenece a mi familia. Nos unen vínculos de otros tiempos como el mismo Antonio diría “de fachada rosa junto al río”, de mi abuelo y sobre todo de mi madre.

Ella lo llamaba “mi maestro” porque le enseñó a sacarse todo el jugo a sí misma, cuando hacía una exposición esperaba ansiosa la opinión del MAESTRO, ella me contaba muchas veces cuando me daba clase a mí, cómo eran las clases con Antonio.

“Mónica, estar en clase con Antonio era agotador, cuando tú creías que el dibujo ya estaba, le llamabas “Antonio, creo que ya está”; “Bien, bien, está bien, venga, a por él, ya sabes Ana, de arriba abajo y de izquierda a derecha, venga, bien, a por él” y tú te quedabas ahí y claro, seguías, porque un dibujo no se acaba nunca, hija, se abandona, así que no te quejes tanto, no seas tan perfeccionista  y ponte a dibujar, hija”.

Casi con seguridad podría decir que mi primer recuerdo más o menos claro de él fue un día en el bar que tenía mi madre, yo estaba sentada con otras niñas, y llegó Antonio y estando yo de espaldas me dijo: “Tú eres la hija de Ana Franco, tuerces la cabeza igual que ella”, de esas cosas solo se puede dar cuenta quien esta acostumbrado a ver.

Quizá Antonio no recuerde la cantidad de veces que yo me colé a verles en la primera escuela de arte, que estaba en  el antiguo palacio de la diputación, creo que me metí en todas las clases porque aún las recuerdo, seguramente tampoco recuerde él las veces que me preguntó si yo también me dedicaba a esto y yo le dije que no.

Tengo que decir que la Rúa mejora cuando la figura desgarbada y despistada de Antonio aparece por ella, y que el domingo de Resurrección es aguardiente y churros en el patio de su casa y que el mundo mejora cuando un Pedrero lo toca, porque los Pedrero tocan el alma y el mundo lo sabe aunque algunas personas no.

Antonio es dibujo y se lo enseñó a Ana que también era dibujo, y cuando cojo un carboncillo o un lápiz siento que ambos están presentes, que salen a través de mí, parece que les oigo, que me dan indicaciones, que veo con sus ojos cosas que de otro modo no puedo ver, que se hace la luz y la sombra en un juego con la media tinta.

Fui tantas veces con mi madre a ver los cuadros de Antonio… ella me los explicaba, me hablaba de palabras que yo aún no entendía, planos, luz, sombra, fuerza, simplicidad… y por cosas de la vida, de la luz, de la sombra y la media tinta mi madre se despidió de la vida y de mí con un cuadro de Antonio Pedrero presente.

Este es un homenaje popular porque el pueblo te quiere, Antonio, y es labor del pueblo por pereza de las instituciones hacer que se te reconozca tu merecido lugar como PERSONA y como ARTISTA en mayúsculas, y en lo que a mí concierne, que son los niños, sabrán quien eres, como aquel día en que viniste con nosotras y todos los niños a explicarles tu cuadro en la diputación.

GRACIAS,  MAESTRO.

Leído el 19 de enero de 2012 en el salón de actos de Caja España-Caja Duero, en Zamora.

Mónica Barrueco

Huellas en Mérida (3)



Una de mis primas.

domingo, 15 de enero de 2012

sábado, 14 de enero de 2012

Huellas en Mérida (1)



Como ya dije por aquí, estuvimos en Mérida unos días, durante el puente de principios de diciembre. La casa de mis tíos contiene muchas huellas de mi madre: fotos suyas, retratos, primeros cuadros… Los iré poniendo por aquí. Sobre estas líneas, el retrato de mi tío.

viernes, 6 de enero de 2012

La vida de Brian: los Tres Reyes Magos



A mi madre le entusiasmaba el Día de Reyes. Incluso en épocas de miseria, siempre se las arregló para que, al levantarnos, tuviéramos algún detalle en el salón, envuelto en papel de regalo. También le apasionaban los Monty Python, así que en esta escena cumplimos con ambas pasiones.